
En la juventud somos maleables…
Nos convencen fácilmente y somos fértiles a muchas sugerencias, tradiciones y comportamientos.
No tenemos una opción para decidir, porque somos inocentes.
Caemos sin saberlo, y todas aquellas sugerencias, tradiciones y comportamientos van apaciguando la voz interior…
La voz que nos permite decidir a base de quien somos y qué queremos hacer.
Nos quieren instalar un programa “Windows” sin saber si somos “Mac”.
En nuestra inocencia intentamos que funcione ese programa pero simplemente el sistema operativo no es compatible, y el fallo (caer) está garantizado.
Sin embargo, cuando caemos y volvemos a levantarnos somos un poco más sabios…
Y con la sabiduría se introduce la capacidad de decisión.
Con la sabiduría ya no somos tan fértiles a estímulos externos sino que recurrimos a la voz interior.
Con mayor sabiduría, incrementa la búsqueda en uno mismo. Y caer ya no es una consecuencia, se convierte en una decisión.
En la adultez ya no hay a quien echarle la culpa ya no eres la víctima, la responsabilidad recae cien por ciento en ti y en tu capacidad de decidir a base de quien verdaderamente eres.
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